Cualquier persona que no está muy familiarizada con la historia de la iglesia cristiana podría llegar a pensar que la iglesia está pasando por una excelente etapa en todo lo que es música y adoración. Hay más cantantes y bandas cristianas que nunca. Hay emisoras cristianas y hasta programas de televisión que trasmiten alabanzas cristianas a un gran público.
La adoración cristiana ha evolucionado mucho. Hay cambios y procesos de maduración que son naturales y hasta sanos. Pero existe un desarrollo que va más allá de la esencia verdadera del acto, en nuestro caso, la adoración.
Los primeros cristianos se reunían en el templo, en sinagogas y luego en casas y cantaron los himnos y salmos que eran comunes entre los judíos. Luego los cristianos desarrollaron sus propios himnos, uno siendo citado por Pablo en Filipenses capítulo dos. Y luego de dos mil años, seguimos escribiendo himnos nuevos.
Se puede trazar la evolución del canto cristiano desde cantar unísono, hasta cantar a voces y luego la inclusión de los instrumentos. Se puede analizar también el contenido doctrinal (o falta de) en la letra de las canciones. El himno que vemos en Filipenses 2 enseña quién es Jesús, qué es lo que ha hecho por nosotros y cuál será nuestra respuesta a aquello que Él hizo.
Parece que hoy en día, este patrón o modelo para los himnos cristianos se ha perdido. En mi opinión, mucha de la adoración, en vez de anunciar las proezas de Dios, mas bien gira en torno a uno mismo – a lo que uno quiere, lo que uno siente y lo que uno desea. Muchas de las canciones que más suenen en las iglesias hoy en día hablan más de lo que queremos hacer: tocar a Dios, sentirlo, verlo, amarlo, etc. Y muy pocas canciones hablan de lo que Él quiere hacer con nosotros.
Muy pocos himnos de nuestra generación relatan la historia de la obra de Dios en este mundo (la gran excepción siendo “Sólo en Jesús”). Muy pocos hablan del precio de seguir a Cristo o lo necesario que es el sufrimiento. Y menos hablan de lo que Dios quiere de vos y de mí: obediencia, santidad, pureza de corazón, lealtad, etc.
Mientras nosotros seguimos siendo los protagonistas de las alabanzas, en su esencia, nunca llegarán a ser lo que pretenden ser: alabanza a Dios. A mi forma de ver las cosas, no está mal hablar de nuestro deseo de tener intimidad con Dios siempre y cuando recordamos que Dios es también un Dios santo, justo y es fuego consumidor.
Espero que tomemos conciencia de la importancia del contenido doctrinal en nuestra adoración. No hay que sacrificar la belleza o la emoción para adorar al Dios verdadero como Él manda, en espíritu y en verdad.