La sequía nos recuerda de nuestra necesidad de Dios y la lluvia de su bondad.
La semana pasada todos los venezolanos estábamos pendientes de la carencia de lluvia en nuestro país. Hemos experimentado una de las sequías más fuertes en los últimos años. ¡Se sentía en el aire, se notaba en el Ávila y cuánto no hablamos de la falta de lluvia!
Además de la sequía natural, hay una sequía espiritual. Se siente en el aire y se nota en las vidas destrozadas por el pecado. Sin embargo, esa sequía pasa desapercibida o se le atribuye a otras cosas como la política o a los tiempos en que vivimos.
Cuando la Biblia habla de sequía es para recordarnos de nuestra necesidad de Dios. Lamentablemente, no todos estamos sensibles a esta necesidad. Al andar por el centro bajo el sol penetrante sentimos sed y buscamos agua. Al andar por la vida rodeados por tanto pecado y corrupción tenemos hambre y sed de justicia mas no siempre buscamos la fuente de justicia quien es Dios.
Dios quiera que cada uno nos demos cuenta de nuestra necesidad de Él. Que no sigamos llenando nuestras vidas de cosas que más bien nos distraen y nos alejan de Él. Que podamos buscar servir y agradarle al Señor y nadie más para que cuando venga la lluvia, podamos reconocer que es la bondad de Dios, su infinito amor para nosotros.
Oh Dios, tú eres mi Dios;
yo te busco intensamente.
Mi alma tiene sed de ti;
todo mi ser te anhela,
cual tierra seca, extenuada y sedienta.
Te he visto en el santuario
y he contemplado tu poder y tu gloria.
Tu amor es mejor que la vida;
por eso mis labios te alabarán.
Te bendeciré mientras viva,
y alzando mis manos te invocaré.
Mi alma quedará satisfecha
como de un suculento banquete,
y con labios jubilosos
te alabará mi boca.
En mi lecho me acuerdo de ti;
pienso en ti toda la noche.
A la sombra de tus alas cantaré,
porque tú eres mi ayuda.
Mi alma se aferra a ti;
tu mano derecha me sostiene.
Salmo 63:1-8